Comentario
El fracaso alemán en Rusia se ha imputado a diversos factores, por lo general, no incompatibles. Pese a la reiterada evidencia de que los objetivos no se cumplían en el tiempo y la forma planeados. Hitler no sólo no movilizó su imperio para una guerra prolongada y a fondo, sino que en otoño de 1941 ordenó disminuir sustancialmente la producción de municiones. Ni siquiera forzó la producción de tanques, que no llegaba a la ridícula cifra de dos centenares al mes. Los rusos, en cambio, consiguieron el prodigio de evacuar numerosas -y a veces enormes- industrias en su inmensa retaguardia, poniéndolas inmediatamente a producir mientras calcinaban la tierra que abandonaban. Su tributo de sangre a cambio de tiempo les dio resultados, aunque les llevase a momentos críticos.
Para ello, los soviéticos demostraron un talento único en hacer brotar divisiones como setas, aún a medio entrenar. Cuantas más brotaban, más pensaban los alemanes que se acercaban al límite; pero siguieron brotando hasta que se les echó encima la sorpresa del 6 de diciembre, que demostró que los rusos también habían aprendido a hacer la guerra. Entre el 22 de junio y el 1 de diciembre se incorporaron al ejército en campaña, uniéndose a las tropas inicialmente establecidas en la regiones fronterizas occidentales, 291 divisiones y 94 brigadas (de julio a septiembre se formaron 48 divisiones de caballería). Y en la profunda retaguardia seguían formándose nuevas unidades.
Dos notas del general Halder proyectan la esperanza y desesperanza del alto mando: "Probablemente no sea exagerado afirmar que la campaña contra Rusia ha sido ganada en catorce días", puntualiza al final de la segunda semana de Barbarroja. Pero al final del segundo mes anota: "Hemos subestimado a Rusia; contábamos con 200 divisiones y ya tenemos identificadas 360".
Los germanos calcularon que los estragos físicos y psíquicos de la guerra relámpago socavarían y derrumbarían el poder soviético como sistema político. Pero si esto no se conseguía, se produciría la victoria soviética con independencia de la dirección de la guerra, ha escrito un crítico: "Mientras Hitler, para poder triunfar, necesitaba una experta dirección militar, aunque no fuese éste un factor suficiente, lo único que Stalin necesitaba en su dirección estratégica y operacional era procurar que todos los factores que estaban a su favor no se malgastasen. Cuando Stalin cometía errores, cuando subestimaba grandemente la capacidad alemana de utilizar su sistema de ataque relámpago, lo pagaba con la pérdida de batallas y su nación con el sacrificio de millones de vidas. Pero cuando Hitler subestimó la capacidad económica, política, militar y psicológica de la Unión Soviética para sostener una lucha total, lo pagó perdiendo la guerra".
Para facilitar más las cosas, esa decisión hitleriana brutal y salvadora que permitió estabilizar el frente evitando una hecatombe fue seguida del acto más frívolo y gratuito del líder nazi: la declaración de guerra a Estados Unidos cuatro días después de Pearl Harbour. Algunos teólogos abordan ciertos misterios con optimismo resolutorio. El misterio de la Operación Barbarroja sólo se explica por el voluntarismo de un hombre que tuvo destellos de un talento militar excepcional junto a una cerrazón impropia siquiera de su graduación de cabo. Contra lo que popularmente se le ha imputado, Hitler no era proclive a la astrología. ¿Cómo explicarse si no que eligiera para su empresa el nombre de Federico Barbarroja, que murió ahogado cuando dirigía una cruzada en Asia Menor? Este género de supersticiosos pueden arriesgarse a un mal cálculo político o militar, pero jamás osarán desafiar a los astros.